Contaba nuestra querida Sara en innumerables ocasiones que en sus años de infancia, en su querido pueblo natal, Campo de Criptana, en esos años difíciles de dureza indescriptible, rondando ya la guerra civil, le venia siempre a la mente aquella familia humilde en la que nació. Su padre, gañán del campo trabajaba de sol a sol para llevar el poco jornal a la casa; y se llevaba por aquel entonces en este y otros pueblos recios de la Mancha, denominar a los dueños de las fincas para los que trabajaban los valientes hombres del lugar: “amos”. “voy anca el amo”, se solía decir.
Esto es algo que Sara nunca soportó, es mas, es algo que marcó decididamente a la pequeña Antonia para toda su vida. Es entonces donde se marco un reto;
tuvo el sueño de llegar a ganarse la vida sin tener que llamar “jamás”, a nadie en toda su vida, fuera esta larga o corta, “amo”, por el sencillo motivo de trabajar para el.
Antonia jamás olvidó su tierra natal; su pueblo del alma; su Campo de Criptana. Aunque su pueblo si que la olvidó un poco. Eran quizá momentos demasiado reprimidos para reconocer la estrella en la que se había convertido esta niña de Isidoro Abad “el Duerme”; ella siempre recordaba su mote. Recordaba también con tristeza que esos años cincuenta y sesenta no era muy bien recibida en el pueblo, el cual recordaba triste y un poco anquilosado en el pasado. Aunque lo visitaba a menudo privadamente para ver a su familia, o a sus primas, sobre todo su querida Manuela.
O pasaba algún que otro día en casa de Enrique Alarcón. Pero siempre se trataba de estancias muy cortas, seguía con ese vago pero mal recuerdo del pueblo de los “amos” de su padre. Tampoco ayudaba mucho que cuando se le reconocía su trabajo en todo el mundo; y sitios como su pueblo de adopción Orihuela le hacia un gran homenaje reconociéndola como hija Adoptiva; su pueblo seguía sin reaccionar.
A finales de los años 70 también su pueblo por fin se acordó de ella, y ya en los años ochenta, un homenaje comenzó a hacerle justicia; se colocó una placa en su casa natal. Mas adelante una calle llevó su nombre; fue reconocida como hija predilecta. Por medio de su pueblo también le fue concedida la medalla de Castilla la Mancha; o la medalla de Oro al Merito en el Trabajo.
En una de las ultimas visitas privadas que Antonia tuvo junto a varios amigos entre los que me honro; pasó mas de dos semanas en su pueblo. (jamás había pasado tanto tiempo aquí); visitamos con ella todos los pueblos vecinos, por supuesto todos los rincones de Criptana, viajamos con ella a visitar a primas que no veía desde hacia años; por ejemplo a Vicenta en Cinco Casas; me impresionó que en todos los casos casi sabia llegar a sus casas; y al llegar hablaba con ellos como si los hubiera visto el día anterior. Uno de los últimos días de su estancia en Criptana; paseando junto a ella por la sierra de los molinos; se paró; estuvo un largo tiempo viendo atardecer en la lejanía de ese mar de la Mancha; y al final pronuncio una frase que se quedo grabada en lo mas profundo de mi mente y mi corazón: (Chicos; que hermoso es todo esto…..).
Al poco tiempo nos hemos dado cuenta que aquel viaje de retorno a la raíz; a la tierra; fue su despedida. Volvió por supuesto después a Criptana, pero de un modo mas superficial si cabe. Siempre amo a su pueblo; a su Mancha; con el tiempo los resquemores del pasado se olvidaron, y por supuesto su pueblo también la amo a ella, y lo sigue haciendo. Como decían los viejos azulejos sobre el dintel de la puerta del molino Culebro que alberga su museo; será nuestra eterna musa.
Se nos fue un lunes abrileño, como reza la canción del Relicario; un 8 de abril, casi un mes después de cumplir los 85 años. Después de dejarnos un legado irrepetible que quedara para la historia como la artista mas grande que jamás ha dado este lugar. A los que amamos también a Antonia, nos dejo su recuerdo, su amistad, su energía irrepetible; y sobre todo la certeza de que…
Fuente: Mariano – Revista Albaicín Criptano nº9 (extracto)